¡OH, ES EXTRAÑO!

Primeras notas sobre David Lynch
Escritas por Francisco Marise

“No sé por qué, pero entrar en un cine y que se apaguen las luces es mágico. Se hace el silencio y luego se abre el telón. Rojo, tal vez. Y entras en otro mundo.”
Atrapa el pez dorado
, David Lynch, Reservoir Books.

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La primera vez que vi una película de David Lynch fue en un pequeño departamento en el que vivía cuando me mudé a la ciudad de Buenos Aires a finales del invierno del 2005. Alquilé Blue Velvet (Terciopelo Azul, 1986) en VHS en el videoclub del barrio. Era de noche y yo ya había cenado mi plato clásico de aquella época de universitario, unos fideos industriales con manteca y sal. Me acosté en el sofá del departamento, prendí el viejo televisor a tubos, le di al play de la videocasetera y un telón azul de textura monstruosa fue la primera imagen lyncheana que vi. Luego, la gesticulación y la forma de hablar de Jeffrey Beaumont, la iluminación de la escalera en la casa de sus padres, el color de la oreja humana extirpada que él encuentra a la luz del mediodía en un descampado de la ciudad. La máscara de oxígeno que utiliza Frank Booth, la mirada extraviada de Dorothy Vallens con su mezcla de dulzura y fragilidad. El detective grandote, muerto, vestido con un traje amarillo que permanece de pie... Casi todo me pareció tan raro que me asustó. De hecho recuerdo mis intentos absurdos de racionalizar lo que estaba viendo, convenciéndome de que sí, de que todo era muy raro, pero que no por eso debería parecerme terrorífico. Esa fue la primera vez que vi una de Lynch y no la pude explicar. O sea, la trama sí que la podía contar, pero la trama nunca es lo más importante en una película.

Una película debe valerse por sí misma. Es absurdo que un cineasta necesite explicar con palabras lo que significa una película […] No se necesita nada que no esté en la obra.
— Atrapa el pez dorado, David Lynch, Reservoir Books.
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David Lynch ha comentado varias veces que sus pensamientos de niño o adolescente, eran poco originales. De hecho llegó a afirmar que no empezó a tener ideas originales hasta que cumplió veintiún años. Dice que sintió un cambio más o menos en esa época de su vida, que fue una combinación de miedo y esperanza, que siempre estaban en lucha esos dos sentimientos, y que un día tuvo una revelación definitiva:

Fue una de mis pinturas, no recuerdo cuál, pero era un cuadro totalmente negro. Había una figura en el centro del lienzo. Sí recuerdo dónde estaba: en una sala estupenda del edificio de la Academia de Bellas Artes de Pensilvania. Me hacía sentir muy bien estar dentro de ese edificio; tenía unas zonas espectaculares. Tenía el olor, y en el lugar había buenas personas […] y sonaba música; nos dejaban estar ahí tranquilos. Podíamos ir de día o de noche a trabajar. En fin, me quedé viendo la figura del cuadro, y escuché algo de viento y vi un poco de movimiento. Y deseé que la pintura de verdad se pudiera mover, aunque fuera un poquito. Y eso fue todo.
— Lynch por Lynch, David Lynch, editado por Chris Rodley, El cuenco de Plata.

De esta suerte de epifanía nace “Six figures getting sick” (Seis hombres se enferman, 1967), la primera pieza audiovisual de David. Un filme que todavía divide a algunos críticos anticuados de cine porque no pueden ponerse de acuerdo en cómo catalogarlo, si como un cortometraje o como una video instalación. Pero esto a mí no me importa; y a Lynch supongo que tampoco.

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En cambio, lo que sí me parece relevante de esta anécdota, es cómo él la cuenta: la forma en que (re)construye la escena, cómo prefiere recordar aquel momento, cómo describe el espacio y el ambiente, lo impreciso que es a la hora de describir su pintura, cómo musicaliza el episodio y, sobre todo, lo sensorial en su narración/descripción. Creo que podría ser una secuencia de alguna de sus películas.

Como siempre, su mirada genuina y su tono provocan que varios elementos conocidos, ordinarios o familiares de una escena común y corriente como esta se conviertan, al menos por un segundo, en algo extraño o en algo posiblemente extraordinario.

Fue Sigmund Freud quien en el año 1919 escribió sobre este tipo de vivencias y sobre la filmografía de David Lynch. Lo hizo en su texto titulado “Lo inquietante en lo familiar [Lo ominoso; lo siniestro]”. Allí analiza aquella variedad de lo que suscita temor o espanto, que se refiere y afecta a cosas familiares y conocidas. Y reflexiona también sobre las experiencias contradictorias donde lo extraño se nos presenta como conocido y lo conocido se torna extraño. O sea, sobre lo lynchiano, diría yo.

El misterio es bueno y la confusión es mala, y existe una gran diferencia entre ambos.
— David Lynch keeps his head, (“David Lynch mantiene su cabeza”, 1996, David Foster Wallace).
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Cuando pasaron diez años del estreno de Blue Velvet, el escritor David Foster Wallace estuvo presente en el rodaje de Lost Highway (Carretera Perdida, 1997) durante tres días porque le encargaron que escribiera un artículo para una revista. Estuvo tres días, vio dirigir y mear a David Lynch (sí, lo vio mear muchas veces contra un árbol) y aunque era un gran admirador suyo no quiso entrevistarlo, pero estuvo a un metro y medio de distancia de él y todo lo que pudo decir es que no tenía la más mínima idea de quién era ese sujeto.

A veces supongo que Lynch tampoco tiene la más mínima idea de quién es él mismo; pero sí de lo que quiere hacer cada vez que va tras una nueva idea y logra materializarla. Estoy seguro de que parte de su secreto sea respetar sagradamente sus procesos creativos, con todas sus incógnitas, con sus tiempos y sus misterios. Me parece alucinante que el tipo no posea ninguna característica icónica de los ídolos actuales, todo su reconocimiento se debe a su trabajo, a su obra sincera y libre y no a su personaje.

Y Blue Velvet llegó a su final y el monstruoso telón azul volvió a aparecer en la pantalla del viejo televisor de tubos.
Yo escucho unos pasos de taco alto que parecen sonar en la escalera del edificio. Pero no, son los pasos de Dorothy Vallens.
Están mezclados como si estuvieran al lado de la sala en donde me encuentro. Qué extraño, suenan en la escalera y ahora en el pasillo.
Sí, se acercan por el pasillo, ¡mierda!
Toc, toc, toc, toc, y alguien silba suavemente en el pasillo.
Tengo miedo.
Suena como Dorothy Vallens y en cualquier momento podría llegar Frank Booth.
- Soy Simona, su vecina de abajo.
Yo no contesto.
Y una voz de un hombre llamándola, acercándose a la puerta.
Y escucho otra puerta que se abre y un vecino que los increpa.
Y gritos.
Y yo no contesto.