LA PELÍCULA DE TODAS LAS COSAS


por Eduardo Ceballos

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“Desearía que fuéramos más que el lenguaje” - Jeure Tavare.

En principio se suponía que este texto sería sobre 8 ½ y Fellini. Pero ahora, me gusta y me parece apropiado que se convierta en lo que sea que vaya a ser mientras lo escribo. En uno de mis momentos más pesimistas le dije a un buen amigo “creo que simplemente no he entendido nada del cine”. Con un año y tres meses estudiando, creo que puedo decir con seguridad, que prácticamente tengo razón.

Son las 7:40 de la noche, estoy cansado — cansado de estudiar, de pensar que no tengo buenas ideas —, un amigo me manda una foto por whatsapp. Es una fila de carros esperando frente a una pizzería, me dice “quisiera mandarte una hasta tu casa” le digo “quisiera comérmela contigo”. ¿Es esto el cine? Me veo solo de repente en una casa con tres habitaciones, alguien me llama por teléfono desde el baño de un autobús en movimiento con su celular en diez por ciento. Hablamos de la vida justo como lo harían dos personas que no saben un carajo. Es diálogo de guión, de guión malo. Se corta la llamada. ¿Es esto el cine? Hay algo importante en hablar desde esta ignorancia, en moverse a través de intuiciones vagas, de emociones sin palabras que les pertenezcan. Hay algo importante en el intento de elocuencia que es este eterno divareo de palabra, tras palabra, tras palabra sin jamás llegar al grano. ¿Existe el grano, el punto , el epicentro de las cosas? Quizás sí. Yo creo en algo fundamental, propio, irreducible de las cosas. La pregunta más bien sería si es atrapable, si es explicable, si es comprensible. ¿Existirá un “Centro” de todas las cosas? Qué locura, disculpen, qué divareo. 

Me tomó cuatro intentos y un sueño entender (o creer que entendí) 8 ½ de Fellini. La amé a la primera, aunque jamás habría podido explicar por qué la amé. Quizás porque es una de esas películas que se prestan para ser la favorita de los que quieren hacerse pasar por intelectuales — me persigno, Dios me libre. Luego de la segunda y la tercera vez le insistí hasta el cansancio a varios de mis compañeros que la vieran.  “Es abrumadora, quizás demasiado” me dijeron, ahí fue cuando la vi por cuarta vez, y me di cuenta de que sin duda es abrumadora, y sin duda es demasiado, posiblemente hasta el punto de dar nauseas. “8 ½ es el ego hecho película” pensé, y algo pesado y frío me bajó forzosamente hasta el estómago mientras le daba vueltas a esa idea en la cabeza. Amaba que fuera una película descarada, llena de caprichos hasta el tope, nacida de la arbitraria voluntad de Fellini. Pero juraría que era más noble y más profunda que sólo eso. Me fui a dormir pensando que no era posible que una película tan bella fuera sólo una gran masturbación. Y fue ahí cuando tuve el sueño. Era extraño, no era una pesadilla ni un sueño cualquiera. En él estaban combinadas todas las casas de mi infancia y todas mis escuelas, en el mismo espacio híbrido. Era una quimera de todos mis lugares. No era de día ni de noche, pero había una gran fiesta, y había mucha gente llegando al lugar, y todas esas otras personas eran personas de mi vida — todos los amigos que he tenido, todas las muchachas que he besado, que me han gustado, las personas con las que me he odiado y los que para mi no sería posible amar más de lo que ya lo hago. Gente de mi presente y de mis breves pasados. Todos conviviendo en aquel extraño contexto. Había fuegos artificiales, no sabía si era navidad, año nuevo o verano, ni de quién era el cumpleaños o si por eso estaban dando bizcocho. Y de alguna manera, sabía también que ahí en ese mismo lugar estaban presentes todos mis miedos y esperanzas. Desperté. Mi primer instinto fue escribirle al respecto como a cinco personas distintas. “Lo descubrí, ahora lo entiendo, tuve un sueño”. Se repetía en mi mente aquel momento en el que el personaje de Marcello Mastroiani se lamentaba con su fiel amiga y le decía “Creía tener mis ideas tan claras, quería hacer un film honesto, sin mentiras de ningún tipo. Creía tener algo simple, tan sencillo de decir, un film que pudiera ser útil para todos, que ayudara a sepultar para siempre todo aquello que llevamos muerto por dentro...no tengo nada que decir, pero de todas formas quiero decirlo”. 

Les diré un secreto. Me dije a mí mismo que quería estudiar cine luego de ver un anuncio de Coca-Cola. Tenía 17 años, el comercial duraba un minuto, y me puse a llorar cuando lo vi mientras pensaba “qué malditos”. En la carta de intención que mandé a mi escuela de cine escribí “Quiero estudiar cine, quizás para estar menos solo”.  No tengo claro qué quise decir con eso, así como no tengo claro que veo en una fila de carros esperando frente a una pizzería, o en una llamada inesperada luego de estar unas horas solo, o en la luz de las lámparas de la calle cuando entra por las ventanas. Y algo me paraliza al momento de escribir esto, igual que al momento de escribir muchas cosas. ¿Han tenido la sensación alguna vez de querer decir algo sumamente importante pero no saben qué es? No hay una idea, ni palabras para expresarla, sólo una terrible sensación de urgencia, como algo que te va a estallar en el pecho en cualquier momento, y sabes que es crucial materializarlo pero no tienes idea de qué sea esa “cosa”. Hablas y sale aire, hablas y no se dignan a tomar forma los sonidos, “¿Qué pasa? ¿Qué quieres decir?” te preguntan, y los miras igual de desconcertado que ellos. ¿Cómo explicas que quisieras poder decirlo todo? Que quisieras poner tu vida, La Vida, en una sola palabra, en una imagen — y se entremezcla todo en un menjunje que supera el lenguaje, que lo derrota. En ocasiones pareciera que las palabras son malas excusas de nuestros mundos interiores, y la comunicación un juego eterno del “telefonito”. Nuestras bocas son los primeros traidores. Hay veces que he improvisado. Le tomo la mano a alguien a quien necesito explicarle lo que me pasa y se la pongo en mi pecho encima del corazón, esperando que de alguna manera eso pueda decir más que todo mi balbuceo. Es mi último recurso, como decir “créeme, estoy siendo honesto, tanto que no puedo expresarlo”. A veces he dado un fuerte abrazo. Luego de minutos y minutos atascados en un silencio interrumpido de vez en cuando sólo por un “hmm”, “ah”, “o sea, quiero decir…” me rindo ante mi imposibilidad de decir las cosas verdaderamente importantes, aquellas más grandes que todas las palabras que conozco juntas, y espero poder transmitir horas de discurso simplemente apretando fuerte a alguien entre mis brazos. 

Quizás por ser aún un estudiante, quizás por tener 20 años, no sé qué quiero contar cuando me lo preguntan. Cuento desde mí mismo y desde lo que conozco y desde todo lo que me inquieta. Todo junto, sin pies ni cabeza, como un monstruoso engendro de todos mis temas. Y tiene un “YO” en grande, escrito en mayúscula todo lo que sale de mí, y así como , parezco existir en una absurda espiral del ego. A mí a veces también me da nauseas, y me cuestiono. Para citar a Charlie Kaufman “Soy Uroboros, soy pretencioso, soy narcisista, soy solipsista, soy patético”, para citar a un querido profesor “Piensas demasiado, y deberías tomarte a ti mismo menos en serio”.

Eso que me obsesiona contar, a lo que no podría darle un sólo nombre, lo he visto en muchas películas, y definitivamente, no es sólo a mí que me pertenece: Fellini, Kaufman, Kiarostami,  Alice Rohrwacher, Chantal Akerman, Alan Berliner, Chris Marker sin duda, y Jonas Mekas sin duda, recuerdo a Varda con Cleo de 5 á 7, Tarkovsky, las bellas y dolorosas películas de los hermanos Dardenne, Cassavettes y tantos, tantos más que aún no he conocido pero debo conocer, impregnan de “eso” sus películas. Desborda de todas sus imágenes, de sus personajes, de sus diálogos, esta especie de discurso infinito que les nace desde lo más profundo. No hacen un cine sobre nada, no hacen un cine sobre sus memorias, o sobre sus vidas, o sobre La Vida, porque no se puede. Acercarse al centro definitivo de todos los temas es acercarse infinitamente al Horizonte de Suceso de un Agujero Negro dentro del cual uno jamás podría desplomarse por completo. Sus historias son precisamente el intento desesperado de contar lo incontable, es ahí donde está el drama — ver a estos creadores arañando el aire, como tratando de arrancarle el Éter al universo para tenerlo entre las manos. Está presente la asfixia ansiosa de alguien que necesita vomitar el mundo entero desde adentro en todas sus películas.

Sólo puedo crear desde esta infinita inquietud que permea los cristales con los que veo y experimento el mundo. Me alegro de que es ahora que empiezo a conocerme, y me alegro de que mi tema sean todas estas cosas que ahora descubro, que empiezo vagamente a comprender, y estas pasiones que no podría nombrar si me lo pidieran. Me alegro que mi obsesión sean mis propios Padres, y haber nacido, y mi dificultad con el lenguaje y la joven rebeldía que hace de todo un dilema. Quiero aprender mucho — de todo lo que aún me falta —, a amar todas estas cosas que jamás voy a saber decir con palabras, y quiero aprender a hacer cine. Quiero hacer un cine ebrio, un cine de los 20 años, un cine de tenerle miedo al futuro, un cine sobre los primeros y los últimos besos, un cine sobre mi papá y mi mamá y los padres de todos, un cine sobre todos los hermanos que he adoptado y me han adoptado, un cine sobre la vida, un cine sobre el cine de la vida, un cine sobre tratar de hacer cine sobre el cine de la vida. Y algún día — intentar — hacer una película sobre todas las cosas.   


Eduardo CeballosComment