CONTE D'ETE

Largometraje | 1996 | Eric Rohmer
Escrito por Julia Scrive-Loyer

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Para terminar este ciclo Rohmeriano, vuelvo a mis orígenes y escribo sobre la primera película que vi de Eric Rohmer. Conte d’Été es la tercera en su serie “Cuentos de las cuatro estaciones”. Como la mayoría de las pelis de Rohmer, la he visto innumerables veces sin nunca perder la emoción de la primera vez. Para los que fueron leyendo los otros artículos, Conte d’Été no es una excepción en cuanto a su dispositivo y a sus temas. Claro, estamos hablando de un autor. La distancia entre las palabras y los actos vuelve a ser aquí el eje central de la relación entre los personajes y del desarrollo de la trama. El contexto, el espacio/tiempo determinado, sirve de catalizador del drama tal vez de manera más intensa, al igual que en Le Rayon Vert. En 1996, Vincent Ostria escribió para Inrock:

Filmar de manera sencilla a personas que dicen cosas complicadas, he ahí la genialidad de Rohmer. Si su cine es “conversador”, es porque su objetivo es la palabra, y su inadecuación con respecto a lo que intenta expresar. Si parece banal, es porque tiene como héroe al hombre ordinario.

El personaje de Gaspard es de los pocos protagonistas masculinos que escogió Eric Rohmer en la segunda mitad de su carrera. En esta etapa, sus personajes masculinos son a menudo menos fuertes que los femeninos. No importa cuántas explicaciones den, sus acciones se ven a menudo estancadas, a disposición de lo que los rodea. Gaspard es el ejemplo perfecto.

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Gaspard llega un balneario en el norte de Francia para encontrarse, según él, con su novia (según él bis) con quien quedó ahí para pasar unos días antes del regreso a la rutina post-estival. Tienen planes de ir a Ouessant, una pequeña isla bretona que queda ahí cerquita. En lo que espera a su novia Léna, Gaspard conoce a Margot, una estudiante de antropología que trabaja en una crêpería durante el verano. Se hacen muy amigos, y tienen largas caminatas en las que hablan del amor y en las que va naciendo una especie de tensión sexual no resuelta. Pensando que Léna nunca va a llegar, Gaspard le promete a Margot irse juntos a Ouessant. Una noche, Margot lo convence a ir a una discoteca. Ahí, Gaspard conoce a Solène, una chica imponente tanto por su físico como por su personalidad. Gaspard tiene un romance con ella, y ella prácticamente lo obliga a llevarla a Ouessant. Margot se enfada, claro está, con la inestabilidad de Gaspard. Pero el enfado dura poco, y casi acto seguido llega Léna. Pero ella es casi igual de inestable que Gaspard: lo quiere un día, al otro día le dice que él no sirve para nada; quiere ir a Ouessant por una semana, luego solamente por un día. Por otro lado, Solène sigue presionando a Gaspard sobre el viaje. Margot se mantiene firme como amiga, pero no quiere ser el premio de consolación de Gaspard, que le dice que mejor se escapen ellos dos a Ouessant. Rohmer espera a que Gaspard esté metidísimo en el lío para regalarle un deus ex machina maravilloso, que no les voy a contar porque sería un spoiler muy cruel.

Hay algo muy Rohmeriano en los deus ex machina, algo que hace que sus películas sean tan naturalistas como cuidadosamente construidas. Si hay algo en lo que Rohmer es un maestro, es en lo bien que sabe hasta dónde dura la historia. Esto no es algo evidente. Es muy común, tanto en principiantes y profesionales, tener que ser testigos de tramas que se alargan hasta el agotamiento. Rohmer sabe que los personajes siguen vivos fuera de la pantalla, pero que toda trama tiene su fin. En su colección de Comédies et Proverbes y en sus Contes Moraux, los personajes parecen muchas veces aprender algo de la lección inculcada por Rohmer. En Conte d’Été, el “héroe” parece salir indemne, cosa que verbaliza de hecho Margot al final de la película. Esto fue algo que nos enseñó la guionista/dramaturga/profesora Yolanda Barrasa: cuando algo parece inverosímil, basta con que un personaje lo verbalice para naturalizarlo. Rohmer hace esto con gran sutileza, tejíendolo perfectamente en el dispositivo que nos presenta: es una película donde la gente habla, por lo tanto es normal que hablen de lo que piensen sobre lo que está sucediendo.

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Cuando vi esta peli con 15 años, me acuerdo que anoté en mi cuadernito de adolescente wannabe “Gaspard es un loser”. Ese había sido mi resumen del personaje. Creo que sigo pensando lo mismo. Me ha tocado toparme con algunos Gaspard en lo que fui creciendo y sólo sirvieron para recalcar ese pensamiento inicial: Gaspard es un loser. Habla lindo; dice mucho, pero hace poco. Termina siendo influenciable, con poca luz larga, con poco poder de decisión en cuanto a las relaciones que va creando. La única cosa en la que parece estar seguro es en su pasión: la música. Música que usa no solamente para su propio placer, si no para también impresionar a otros, y que finalmente termina siendo lo que más peso tiene en su vida. Gaspard no logra tomar ninguna decisión; va sembrando a veces a pesar de él, adecuándose a la circunstancia sin medir la consecuencia de prácticamente ninguno de sus actos. Ahí está la famosa distancia entre la palabra y la acción que tanto trabaja Rohmer: Gaspard promete y no cumple, Gaspard racionaliza y no actúa. “La palabra perro no muerde” explicaba Saussure en una de sus famosas clases (frase al parecer atribuida a Aristóteles) hablando de la arbitrariedad del lenguaje. Lo mismo se puede decir de la arbitrariedad de la palabra.

Como adolescente también, lo que más me emocionó de la película fue el nacimiento del amor a través de la amistad. Recuerdo que me quedé mucho tiempo reflexionando sobre esto: ¿será que la única manera de tener una relación duradera/verdadera/etc es empezar siendo amigos? Gaspard es el anti-ejemplo en este sentido. Margot y Gaspard tienen cada una relación sentimental por su lado, y es tal vez ese no poder llegar a “ser” completamente que los hace tener una relación mucho más profunda, la única realmente de toda la película. Sin embargo Margot sufre las consecuencias de las idas y vueltas de Gaspard, ofendida muchas veces por sentirse un premio de consolación o un buzón de quejas. Margot sin embargo es muy fuerte, de una manera distinta a Solène. Margot es madura, mira los acontecimientos a través de un prisma mucho mejor formado que el de Gaspard. No hay una distancia tan grande entre lo que dice y lo que hace. De ese tipo de situaciones sólo se puede salir ileso siendo alguien como ella; si ella no fuera tan madura, la película sería suya. En ese sentido, Conte d’été fue una película peligrosa de ver en mi adolescencia, en una época en la estaba empezando a construirme una visión y teoría del amor que aun no me ha funcionado y que he tenido que seguir perfeccionando más allá del cine.

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Lo demás es lo que ya hemos ido analizando en las otras películas de Rohmer. El dispositivo clásico Rohmeriano de poner a los personajes en un lugar determinado, durante un tiempo determinado, exacerba sus conflictos y su drama; los lleva a actuar de una forma que tal vez les sería ajena en un contexto que les sería ordinario y cotidiano. En los otros cuentos de estaciones de Rohmer, los personajes no se extrapolan a un contexto físico que los saca de su zona de comfort; más bien son las circunstancias emocionales que entran en juego.

Aunque el lugar tiene en esta película un rol fundamental, el tiempo es realmente lo que juega un factor en el desarrollo de la trama y que intensifica el conflicto del personaje. El tiempo de la espera, el tiempo de ir a Ouessant, el tiempo que queda de vacaciones, el tiempo pasado con Margot. La dilatación del tiempo y la falta de tiempo potencian y destruyen las relaciones, hasta crear un cuello de botella que termina con un deus ex machina que llega justo a tiempo.

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Termino con lo que escribió Didier Peron para Libération en 1996:

Conte d’été es una vez más una epopeya de la palabra, ya que en el cine de Rohmer los personajes nunca paran de hacer un discurso de sus acciones. La película sin embargo empieza con un largo tramo sonoro no dialogado. Esta apertura paradójica, de ruidos (gritos lejanos, olas, viento) que recuerda a Tati y por lo tanto a Proust (Balbec), es un poco esa calma antes de la lluvia o de la invasión de grillos. Los lazos son fundamentalmente tejidos de un mal cáñamo ya que hay que hablar, y que la palabra aísla o daña, pero finalmente no crea relaciones con nada ni con nadie.